Ha llamado siempre la atención a los investigadores la alta presencia de gran parte de la nobleza cordobesa entre las filas de hermanos de la Virgen del Carmen. Esta importancia tiene su origen posiblemente en la carta escrita por la Junta de Gobierno, pidiendo ayuda a la Reina Isabel II ante la situación económica de la Archicofradía, que se debía principalmente a los gastos que ocasionaba el mantenimiento de la Iglesia conventual de San José desde la exclaustración de los frailes descalzos en 1835. Así aparece registrado en el libro de cabildos las cantidades empleadas en la conservación de tejados, muros, etc. En ningún momento es la falta de hermanos o de devoción, sino que la causa hay que buscarla en las dificultades económicas para mantener la Iglesia y el Convento abandonado.
No conservamos la respuesta de la Reina Isabel II, pero el dato más importante es que a partir de ese año ingresan como hermanos todos los miembros de la nobleza que tienen casa en Córdoba.
La carta escrita a la S.M. Isabel II por el hermano mayor D. Rafael de Flores y Urbano dice así:
“Señora: Nada soy …; nada valgo, y pretendo cosas grandes: la fe me inspira, la esperanza me alienta, y la caridad inflama mi alma; pero … necesito protección. ¿Y quién podría dispensármela mejor que V. M. siempre magnánima? A ella acudo, y suplico humildemente se digne concederme una generosa limosna para la Cofradía de Nuestra Señora del Carmen, establecida en el suprimido Convento de San Cayetano de esta Ciudad, de que soy indigno Hermano Mayor. Dios guarde muchos años a V. Majestad y excelsos hijos. –Córdoba, 8 de Marzo de 1877-Señora- A los R.P. de V.M.- Rafael de Florez y Urbano- A la Exreina de España Doña Isabel II”.
Esta carta se copia en el acta de la Junta de Gobierno del 27 de enero de 1878.
Es de sobra conocida la devoción que la Reina Isabel II muestra hacia la Virgen del Carmen, como consta en el regalo de diversos hábitos y mantos bordados en los reales tallares madrileños a las imágenes del Carmen de Baeza, Caravaca o Murcia. Pensamos que no abandonaría la súplica elevada hacia ella desde el Carmelo de Córdoba, ya que comienza a vivir uno de los momentos de esplendor en su rica historia.
También se pide una ayuda de ocho mil reales al Ayuntamiento de la ciudad para la conservación de la Iglesia conventual, donde las numerosas obras iban asfixiando la pobre economía de la Archicofradía. Pero no todo son penas, la hermandad recibe en testamento de Dª Josefa Díaz y Díaz un Niño Jesús para que se ponga en su camarín para que reciba culto, y así se hace ante el notario D. Federico Barroso.