In memoriam, D. Miguel Arjona.
Dile, Madre del Socorro, a los
ángeles de tu templete, salidos de sus manos, que en un momentito le lleven
frutas o un riquísimo merengue, que le van a encantar. Dile que le están
esperando, que acaba de reunirse contigo porque así se lo enseñaba su fe
mariana, que Tú eres el mejor canal para llegar al Puerto de salvación, Cristo
Jesús, a quien llevas en brazos.
Dile, Reina de la Plaza, que los respiraderos
y la peana de tu templete que él mismo recuperó, llevan el oro que ahora puede
contemplar a tu lado en el Paraíso Celestial de tu Morada Eterna. Pregúntale,
Madre, a nuestro querido Miguel Arjona, y que nos diga cómo es tu semblante,
cómo eres cara a cara, cómo será tu Belleza deslumbrante. Sé que no puede venir
a contárnoslo, porque allí se llega para descansar eternamente en la
contemplación de la Suma Belleza del Creador y en la armonía de la Creación
original, y también para interceder por los que caminamos en este valle de
alegrías y de lágrimas.
Dile, Madre Socorrera, que le
tendremos presente en la bondad y sencillez de su persona y en la genialidad de
su creación, díselo de nuestra parte, que no le olvidamos.
Hijo.
Es una palabra preciosa, que como
suena mejor es en labios de una madre, sólo ahí adquiere su plenitud. Como una
madre llama a su criatura, “hijo”, es como Dios escribe así las páginas más
bellas de su bondad eterna.
Y verte a ti, Madre, con tu Niño
en brazos, es como más nos gustas, ¡tan Madre! Y nos gustas porque en Él nos
tienes a todos.
Y nos encanta tu Niño, un Niño
muy cordobés, que pertenece a esa “guardería”, entre comillas, de preciosos
Niños de las imágenes marianas cordobesas antiguas, las de solera. Son el Niño
de la Virgen de los Remedios, en San Lorenzo, que es el más travieso, el Niño
del Rosario, en San Pablo, es el más aristocrático, el del Carmen Coronada de
San Cayetano, el más chiquitín y sonriente y éste del Socorro Coronada, el que
nos bendice con más tesón. Niños cordobeses de nuestras glorias, niños
cordobeses, con aires de Sandoval, seguid bendiciendo a todos los pequeños de
nuestras familias y, en especial, a los más necesitados y los que sufren, hoy
por Ruth y José, dos ángeles de tu templete celestial.
Siglos.
En mi casa de la Cuesta es
familiar tu nombre, Señora del Socorro, pues tenías capilla propia junto al
Caído y la devoción de la comunidad. Y era una imagen fervorosa, cuyos priores
cuidaban con veneración y mimo como una de las principales del templo
carmelitano y hasta se hizo un libro barroco con su historia y devoción. Por
eso recuerdo con emoción tu visita junto al Carmen en el rosario de aurora con
motivo de tu jubilosa Coronación Canónica, un día inolvidable para la comunidad
carmelitana y para ambas hermandades de gloria, algo que me recuerda estampas
del pasado tan inusuales como muestra de ese buena relación entre las dos
hermandades, como aquella salida procesional del Carmen de San Cayetano en 1924
en el templete del Socorro o cuando en la incivil guerra española, la Reina
Carmelitana perdió su capa, algún año después salió con el manto del Socorro.
Casa.
Esta palabra evoca algo que nos
pertenece muy de cerca, “estar en casa”, o la expresión “algo de casa”, nos
habla de intimidad y familiaridad. Esta palabra es la que mejor resume, desde
mi experiencia, lo que significa la ermita del Socorro. Es la casa de María,
como si de un Loreto en Córdoba, Ella ha puesto su casa en medio de sus
vecinos. Casi me atrevería a decir que tiene las medidas del Loreto italiano,
una casa de Nazaret en la plaza
principal de Córdoba, para estar más cerca de todos.
Una casa que tu hermandad cuida para
que esté lo mejor posible, con mucho sacrificio, ¡qué no concederá la Virgen a
quien cuida de su Casa! Aunque ahora sea todo dificultades, Ella tenderá su
mano generosa como lo ha hecho a lo largo de tantos siglos.
Es su Casa entre nazarena y
cordobesa, nazarena porque la cuida San José desde la misma entrada, como
cabeza, o rematando el retablo mayor o en el Crucificado de Ánimas, velando
para que la estirpe de David sea desde donde nazca el Salvador. No fue José una
figura secundaria, fue el eslabón pensado por Dios para unir los dos
testamentos, y lo hizo a su Ser, y al ser de María: hombre del silencio, de pocas
palabras, pero mucha ternura con María y Jesús. Y aquí, tampoco es secundario,
es elegante y con porte, de rostro sereno y bondad transparente. Está muy bien
junto a la puerta, para que también le pidamos, que decía santa Teresa que le
pidiéramos con confianza, que Dios le escuchaba, ya que si lo tuvo sujeto en la
tierra, obedeciéndole como a su padre, ¿cómo no le va a hacer caso en el cielo?
Pero su casa se ha hecho cordobesa,
porque al otro lado defiende de los peligros el Arcángel cordobés, nuestro San
Rafael, que desde su presencia en Tierra Santa y su vuelta a los cielos, ha
sido enviado por el Padre y se ha quedado en esta ciudad y vela por la Sagrada
Familia en su casa de la Corredera. También velaba por la Señora en la calle,
acompañándole en su procesión.
Y cordobesa sigue siendo esta casa
en su hermoso retablo mayor de Sánchez de Rueda, cuyo dibujo en el Museo de
Bellas Artes nos muestra la elegante estampa del Socorro en aquellas centurias
de nuestro mejor barroco. Hojarascas y estípites, flores y frutos para la Reina
que abastece sin cesar, bajo la mirada de su celestial esposo. Y aquí tenían
que estar los patronos, Acisclo y Victoria, como testimonio de la fe de
Córdoba, su fe de siempre, que no es desde el siglo XIII, sino de los primeros
inicios de las comunidades cristianas en los albores del cristianismo en
Europa, cuando Osio era la mente más deslumbrante del pensamiento europeo. Que
para ello derramaron su sangre tantos inocentes en la historia, tantas
reliquias que parecen desbordarse de la urna de plata de San Pedro no son más
que la página más gloriosa de la Córdoba heroica en la defensa de su fe
cristiana.