La primera fuente al respecto es el apócrifo Protoevangelio de Santiago que coloca el nacimiento de la Virgen en Jerusalén en un lugar cercano a la piscina probática donde parece que hubo una basílica dedicada a María. Esta fiesta nace pues en Oriente, hacia el siglo V. Con respecto a la fecha se eligió celebrar su nacimiento al comienzo del año eclesiástico tal como era en aquellos momentos, por considerar a María comienzo de la obra de la salvación.
En Occidente la fiesta se introdujo en el siglo VII y a partir del siglo IX fue adquiriendo mayor importancia, ya que incluso tuvo una octava y una vigilia. También comenzó a estar presente en el arte la escena del nacimiento de María, tanto en mosaicos, como en tablas y lienzos.
Valor teológico
Debemos reparar en que la liturgia nunca suele celebrar el nacimiento de los santos sino el día de su muerte, día de su Pascua salvadora, a excepción de San Juan Bautista. En el caso de María, al igual que sucede con Jesús se celebran ambas fechas, para resaltar el paralelismo entre su vida y la de su Hijo. Igual sucede con las celebraciones de la Asunción y Ascensión o de la Realeza de ambos.
Las lecturas que corresponden a esta fiesta- Miq 5,2-5; Rom 8,28-30; Mt 1,1-16,18-23 – expresan la labor cuidadosa de Dios en la preparación de su morada. En todas ellas se resaltan la predestinación a la vez que la cooperación a la gracia divina y el misterio de la maternidad virginal.
