“Mi
dulce y tierno, Jesús,
si
amores me han de matar,
ahora
tienen lugar”
Y entre el canto acunaba su imagen con sus brazos con el mismo
cariño que si estuviera vivo, porque Fray Juan de la Cruz sabe que la fe –
oscura como noche – es vida y se expresa con el calor del corazón, de ahí que
la devoción sea una de las maneras de expresar la fe. Tiene su fundamento en
Cristo modelo que pide:
“venid a mi, aprended de mi,
que soy manso y humilde de corazón
y
encontraréis vuestro descanso”,
de ahí se desprende que los momentos de su vida sean objeto de
contemplación y dignos de imitación. La Pasión, Muerte y Resurrección,
experimentada así en el interior, causará la aparición de movimientos como las
“confraternidades” para vivir así como hermanos los misterios de la salvación.
También la “Infancia” y la “vida oculta” serán motivo de consideración, por
esta razón la comunidad primitiva procuró que los datos correspondientes a esa
época no quedaran en el olvido ni como patrimonio del pasado, y quedaron
plasmados en los Evangelios de la Infancia, de San Mateo y de San Lucas, como palabra
de vida. El interés no fue sólo cultural sino pedagógico: era Dios creador del
hombre y aprendió a ser hombre; era Dios todopoderoso y “aprendió, a pesar de
ser Hijo a obedecer; era Dios, que es Amor, y sufrió el desamor y el
desamparo”, “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”.
El
culto y la devoción a la “Infancia” es una herencia entre los Carmelitas
Descalzos, de la veneración de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz
por esta realidad evangélica de Cristo, que se ha plasmado en un hecho
histórico, con una imagen concreta: el Milagroso Niño Jesús de Praga. La hemos
recibido como un regalo y nos sentimos orgullosos de darlo a conocer y de poder
hacer partícipes de sus bienes.
Preciosa
leyenda cordobesa del Monasterio de Trassierra donde el Hermano José encuentra
a un niño en el claustro del convento, queriendo saber como había llegado hasta
allí el niño, requerirá, que si sabe, le rece el Avemaría, y al asentir el
fraile y al llegar a las palabras “y
bendito el fruto de tu vientre, Jesús” interrumpirá el diálogo diciendo: “ese soy yo” para después desaparecer.
Escena que recuerda aquella otra en el Monasterio de la Encarnación de Ávila,
habida entre Santa Teresa y otro niño “intruso” en la clausura: “¿tú quién eres?, ¿y tú?. Yo, Teresa de
Jesús, pues yo, Jesús de Teresa”. Y ya nunca olvidará ser suya, que Él era
todo suyo, como para morir de emoción como San Juan de la Cruz con el Niño en
sus brazos. Nuestro monje cordobés tampoco olvidará y querrá con sus manos
hacer una pequeña imagen de cera que reprodujese la visión que tuvo del Jesús,
fruto bendito del vientre de Santa María, siempre Virgen. Esa imagen cordobesa
fue regalada a la noble familia canaria
de los Manrique de Lara y en su poder será parte de la dote para la boda
de la hija con el príncipe de Polixena, embajador del rey de Polonia ante la
corte de Madrid. Cuando en función de su cargo sea destinado ante la corte del
emperador de Austria en Bohemia, llevará la imagen del Niño Jesús consigo y la
depositará, como bien precioso y mejor regalo para la Comunidad de Padres
Carmelitas Descalzos de Praga, en propia mano la misma Princesa Polixena. Desde
ese momento el Niño no sólo ha bendecido sino que ha sufrido la misma suerte
que la Comunidad: incursiones, persecuciones, guerras de religión, atentados,
hasta perderse y ser encontrado en su templo, a diferencia de su Comunidad que
fue expulsada y exiliada por el poder civil. El Niño quedó siempre como
verdadero Rey de Praga y Señor del Convento, esperando un día la vuelta de sus
primitivos custodios. El Emperador lo coronó con una corona como la suya, es
Emperador de cielo y tierra. Sus manos sostienen el Orbe, porque rige el mundo
con justicia y su derecha está obligada – por la alianza que significa el
anillo que luce en sus dedos índice y corazón – a bendecir perpetuamente,
porque al devolverle las manos que le cortaron, Él dio la paz.
El
Arzobispo le regaló una cruz pectoral como la suya, y en su corazón,
simbolizado por el que pende de su cuello, caben todos porque Él lo dijo: “dejad que los niños se acerquen a mi, no se
lo impidáis, de los que son como ellos es el reino de los cielos”, y cumple
su promesa: “cuanto más me honréis más os
favoreceré”, como le enseñó al Venerable P. Cirilo de la Madre de Dios,
verdadero apóstol del culto público y universal del “Pequeño Rey”.
En su
honor y para propagar su culto y devoción nacerá la más importante de las
asociaciones de fieles, la Archicofradía
que lleva su nombre y que está establecida en toda la geografía de la Iglesia
Católica, porque unida a la Orden del Carmen Descalzo está en todas partes,
pues su sede no se reduce a los Monasterios y a los Conventos de frailes y
monjas sino que por su vinculación con la Orden Seglar y los diferentes
Institutos, que por su agregación, participan de la espiritualidad
teresiano-sanjuanista, donde haya un hijo de Teresa habrá siempre un confiado
amigo del Divino Niño, pues para entrar en su Reino es necesario “hacerse como niños”.
Entre
los grandes santos y místicos que han sido “del Niño”, sobresale la Doctora de
la Infancia y del Amor Misericordioso Santa Teresita del Niño Jesús, quien
recuerda la riqueza del Evangelio de San Mateo “ser como niños”, y el magisterio de San Pablo, “invocar a Dios como Padre es obra del
Espíritu Santo”. Por algo Jesús enseña en su Evangelio que llamar a Dios
Padre es llegar a ser hijos amados que están a la escucha del Hijo Predilecto.
Ser
niños, según Santa Teresita, es ser capaces de confiar en el Padre de las
misericordias y aprender a ser, como Él, misericordiosos. Es saber que la
perfección es posible en esta vida para heredar la eterna, “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.
La
devoción al Niño Jesús de Praga recordará siempre al hombre, “que tiene que ocuparse de las cosas de su
Padre”, por eso es universal y no sólo de los niños esta advocación, ya
enseñó Él que “se puede nacer de nuevo
por el agua y el Espíritu”.
Francisco
Gutiérrez Alonso O. C. D.